CAUSAS

Historias que inspiran

Fútbol Más Kenia: el sueño se hace realidad en África 

La pelota acaba de entrar al arco. El pequeño que ha marcado el gol no alcanza a levantar los brazos cuando desde fuera de la cancha un centenar de niñas y niños ingresan como si fuera un vendaval de alegría. Es un tumulto de gente que corre tras el muchacho para celebrar. No solo entran los simpatizantes del equipo celeste, también los jugadores y la barra visitante se suman naturalmente al festejo. Dicen en «Fútbol Más», que las celebraciones más memorables son las que ocurren en Kenia. 

La historia de «Fútbol Más Kenia» comenzó en 2016, aunque quizá se haya iniciado un poco antes, cuando Seppe Verbist, un belga que trabajaba para la filial de UNICEF en Lima, recibió en su oficina a un trío de chilenos que quería conseguir el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia para un programa que apostaba por el fútbol como una herramienta de transformación social, el mismo que ya estaba instalado en Chile y Ecuador. Si bien no fue posible la gestión de los recursos, algo quedó dando vueltas dentro de la cabeza de Seppe, algo que meses más tarde lo llevó a ser uno de los dos elegidos para instalar la causa de «Fútbol Más» en suelo africano. 

Seppe y el otro seleccionado para la tarea, Sebastián García —acompañados por Víctor Gutiérrez, cofundador de «Fútbol Más»— aterrizaron en Nairobi, la capital de Kenia, sin tener demasiada claridad respecto de lo que iban a encontrar. Venían de una intensa capacitación de dos semanas en Santiago de Chile, pero nunca imaginaron que la realidad que los esperaba en los asentamientos informales de Mathare y Kibera —dos de los más grandes del mundo y donde vive habitan más de medio millón de personas— no habría de parecerse a nada que ellos hubieran conocido. 

Fueron tres meses de diagnóstico y adaptación. Además, Seppe debió traducir toda la metodología de «Fútbol Más» del español al inglés; un manual de ochenta páginas que, además, debió considerar un ajuste adicional a la cultura propia de los barrios de Nairobi. 

El proyecto partió, con el apoyo de la ONG chilena EducaAfrica, en los dos asentamientos ya citados: Mathare y Kibera. La convocatoria superó cualquier expectativa: ¡hubo series que contaban con cincuenta participantes! Pero frente al entusiasmo desbordante, la realidad ofrecía su cara más cruda. Los niveles de pobreza y marginalidad eran extremos, pero el capital social y las voluntades eran abundantes. 

El programa que se trabajó en ambos asentamientos fue un híbrido entre «Barrios» y «Escuelas». Desde el inicio se planteó una alianza con las escuelas, la mayoría de ellas eran informales y podían llegar a tener mil alumnos. Se hacía la clase en el barrio, pero era parte de la jornada escolar de los niños y niñas y, además, los contenidos estaban alineados con el currículum de las escuelas. Todo era muy comunitario y desde esa lógica el apoyo que tuvieron tanto Seppe como Sebastián de parte de los líderes locales fue significativo. Quizá más que nunca, la viabilidad del programa pasaba por el compromiso de la comunidad. 

En Kibera, la figura de Gaucho fue fundamental. Él era el monitor, el hombre en terreno, quien trabajaba con los niños y las niñas, y era él también quien cuidaba la cancha donde se realizaban las sesiones. En el caso de Mathare, ese rol lo cumplía Austin Ajowi, también conocido como Baba Yao, que quiere decir: el padre de todos. Austin fue un arquero que jugó en la Segunda División del fútbol keniata. Aún mantiene ese aspecto robusto de los arqueros: buena altura y manos grandes. Estuvo a punto de llegar a la selección de su país pero una lesión en la rodilla le impidió seguir bajo los tres palos. El club no tenía recursos para pagar la operación. Colgó los guantes. 

Austin Ajowi

De ahí en más, se volcó de lleno a la formación y cuidado de la niñez en su comunidad. Le pidió al club que defendía que le regalara los balones que estaban deteriorados. Los quería para llevárselos a los niños y niñas para que pudieran jugar. Por otra parte, pidió ayuda a unos amigos para mover y limpiar la ruma de basura de dos metros de alto que no permitía ver el otro lado de la calle. Con un par de palas y sin ninguna máquina que los ayudara emprendieron la tarea. Era una misión difícil, pero no imposible. Luego de un año, el basural se transformó en una pequeña cancha de tierra. Novedad en el barrio. ¡Por fin, había un espacio para jugar! 

El taller de fútbol para niños menores de 12 años que Austin anhelaba ya era una realidad. Compitió a nivel local. Incluso, alcanzó a dar la vuelta y levantó dos veces la copa con la categoría de niñas en la liga femenil. Pero no solo quería que se divirtieran, sino que pudiesen educarse. El encuentro con el programa de «Fútbol Más» fue casi una bendición mutua. Justamente en el momento en que Sebastián, Seppe y Víctor dieron con la cancha que Austin había habilitado en Mathare, vieron el potencial que el lugar tenía para desarrollar el programa y, en Austin, la persona indicada para para la ejecución de las sesiones sociodeportivas. Solo había que capacitar. 

Previo a eso, el tridente de Fútbol Más recorrió con Austin los alrededores del barrio. Se fueron dando cuenta de la ascendencia que tenía Baba Yao en la comunidad. Su liderazgo se dejaba ver en cómo asignaba roles y marcaba pautas. Lo respetaban por sus acciones y su compromiso con la niñez del sector. Sin saberlo, Austin era lo que los profesionales de la Fundación identificaban como un líder comunitario, clave para el desarrollo y sostenibilidad del programa. Terminó siendo el primer tutor de la Fundación en África y hoy por hoy un experto en la metodología de Deporte para el Desarrollo. Un referente en todos los sentidos.  

El gran valor del proyecto en Kenia es que el corazón de todo el programa está en el barrio. Seppe y Sebastián iban todos los días a terreno. De hecho, la oficina de Seppe, el ex director ejecutivo de «Fútbol Más Kenia» estaba a setenta metros de Austin Grounds, que en español sería La Cancha de Austin, bautizada en honor a él por su dedicación y trabajo para habilitarla. Tanto Gaucho como Austin representan la fuerza de una comunidad que ha vivido en la adversidad y no deja de bailar, de cantar, ni reír. 

En los nueve años que lleva el programa la oferta de la Fundación se ha ido diversificando. Todavía se trabaja en Kibera y Mathare, donde «Fútbol Más» llegó a intervenir en seis escuelas, tres en cada asentamiento, con una cobertura de mil 200 niños y niñas por semana. Pero a esa intervención se suma la labor en la frontera norte de Kenia, la que limita con Sudán y Somalia, hasta donde llegan los desplazados de las guerras. «Fútbol Más» concentra su trabajo en Kakuma, uno de los mayores centros de refugiados/as del mundo. Son más de 160 mil personas las que viven en este campamento y de ellos 14 mil son niños y niñas que han perdido a sus padres. Tanto en Kakuma como en Dadaab, la labor que ha hecho la Fundación se ha vinculado mucho al reconocimiento de los derechos de las niñas, sobre todo en lo referido a la práctica del deporte y, en particular, del fútbol. Esto porque en países como Somalia, la cultura dominante es muy conservadora y tiene restricciones serias para que las mujeres ejecuten ciertas actividades como por ejemplo jugar al fútbol. Pero la idea, cuando menos de «Fútbol Más», de las organizaciones que entregan los fondos y de las propias niñas, es que esas prohibiciones no existan. De hecho, cuando se hacían las sesiones sociodeportivas, las niñas se ubicaban al borde de la cancha como diciendo, «¿y nosotras cuándo?». 

Debió mediar un trabajo arduo de gestión y diálogo, para que los mayores accedieran a que las niñas pudieran practicar el fútbol. Sin embargo, el consenso se logró siempre y cuando ellas lo hicieran en un espacio cerrado. A ellas lo que les importaba era jugar y aceptaron las condiciones. Lamentablemente no fue posible que ellas participaran en las ligas, pero cuando menos fue posible que asistieran a presenciar los partidos.  

No era algo menor. Las Ligas en Kenia, sean en Nairobi como en la frontera norte, son una verdadera fiesta. De alguna manera, no existe, dentro de los otros países, una Liga como la de Kenia. Se vive de una manera muy especial, incluso a partir de los nombres que se le brinda a cada una de las categorías en lengua suajili: los más pequeños son los Sungura (conejos), luego les siguen los Swara (antílopes), y un escalón más arriba se ubican los Chui (leopardos), mientras que los mayores son los Nyati (búfalos). Para los profesores de «Fútbol Más» también hay un nombre, ellos son los Ndovus (elefantes), porque los elefantes son los animales que lideran, los que guían al grupo. 

Esto ha ayudado a generar toda una cultura en torno a «Fútbol Más». No solo porque aquellos y aquellas que están en el segundo nivel escolar una vez que llegan al final de su año se ilusionan con la idea de que al año siguiente podrán entrar al programa, sino también porque se da un respeto entre las diferentes categorías, sobre todo de parte de los sungura hacia los ñatis

Ahora bien, las dinámicas que se dan en torno a la liga son hermosas. Ya el hecho de contar con una camiseta de fútbol y un short, o de correr detrás de una pelota de verdad, son anhelos que se concretan luego de ser largamente postergados. El día que llega la Liga los y las beneficiarias del programa se suben arriba de un bus que los lleva a otro barrio y eso también se trata de una experiencia nueva. Hay niños y niñas que nunca antes se han subido arriba de un vehículo motorizado o que jamás han abandonado sus barrios. De ahí que cruzar la ciudad en un transporte es un verdadero hito.   

Hoy, en las comunidades de Kibera y Mathare, Austin y Gaucho siguen teniendo un rol protagónico. Todos y todas siguen experimentando la misma alegría cuando participan de una sesión de «Fútbol Más». El programa hoy está en manos de la comunidad, que sigue volcándose a la cancha tal como aquella vez en Mathare, cuando en los primeros partidos, sobre una cancha de tierra y piedras, más de doscientas personas entraban al campo en cada gol, demostrando así que en Kenia, el fútbol puede transformar la realidad. 

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